"Nunca es fácil levantarse cada día cuando sabes que tienes que salvar el mundo otra vez". Laura siempre pensaba eso cuando veía su poster de Wonder Woman. Lo cierto es que ese trozo de papel no terminaba de gustarle, aunque se lo había regalado su madre, una fan incondicional de la Mujer Maravilla, pero siempre había notado algo raro: ¿sería el sexismo que transmitía, el hecho de que llevase un lazo, lo de que tenía 20 kilos menos que ella? Quizá simplemente le parecía una frikada. Una frikada, eso sí, que le hacía reflexionar.
Desde que murió su abuelo, Laura se volvió introspectiva, demasiado celosa de su mundo interior como para compartirlo con los demás. Por las tardes, al volver del colegio, escribía sobre mundos fantásticos en los que ella era una heroína, no una heroína con un lazo, pero una heroína. Hablaba con dragones, luchaba contra gigantes, salvaba pueblos de ser masacrados por monstruos. En sus cuadernos todo tenía cabida, hasta la cosa más absurda, hasta las chicas guapas y delgadas que vestían ligeras de ropa y llevaban lazos justicieros.
Lo cierto es que le reconfortaba escribir. Se sentía libre. Podía impregnar esas palabras que creaba con un aire intimista y llenarlas de sus vivencias, de su día a día. Lo cierto es que le encantaba, pero sabía que no era lo "normal", que no tenía amigos, que no tenía novio, que sus padres no la comprendían... Solo sus historias daban algo de sentido a seguir viviendo en ese mundo vacío que la rodeaba. Solo sus historias podían llenar el hueco tan grande que tenía su vida.
Y ahí seguía ella, con sus cuadernos en un lado de la mesa del escritorio, con Wonder Woman en la pared y tirada en la cama, descalza, boca arriba, pensando. Pensando en la próxima historia que escribir. Pensando en el argumento, en los personajes, el escenario, la época, la trama y el desenlace. El desenlace era lo que más le gustaba y sobre lo que más reflexionaba. Le gustaban los finales felices e impactantes, con moraleja. Que enseñaban que la vida no era una mierda y todo puede acabar bien. Quizá lo hacía esperando que su vida cambiase. Quizá esperaba que sus historias se materializasen, salieran de sus cuadernos y ella se viese atrapada en miles de aventuras con un final feliz. Pero nunca pasaba.
Y así, pasó otra tarde más, pensativa, en la cama, sin hacer nada y sintió que había muerto otro poquito por dentro. Hasta que oyó aquel ruido en la cocina, como un disparo. Bajó corriendo las escaleras y fue hasta la cocina. La puerta, acristalada, estaba cerrada, pero a través de ella se veían manchitas de sangre que habían salpicado por dentro. Temblando, agarró la manilla y abrió despacio la puerta. Había un gran charco de sangre en el suelo y una mano. Una mano de mujer con una pistola. Era lo único que se veía desde ese ángulo, pero Laura vio la pulsera que le había regalado a su madre por su cumpleaños y supo quién era.
Se echó al suelo a llorar, pensando que todo era culpa suya, que era una mala hija, una niña sin amigos, sin vida, y esto le había costado la vida a su madre. Ahora entendía los llantos por la tarde sin venir a cuento, esos llantos de los que pasaba totalmente y que hacían que subiese el volumen de la música mientras escribía sus historias, para no desconcentrarse. Si hubiera hablado con ella, si no hubiera sido tan egoísta, si hubiera hecho un esfuerzo por hablar con gente y vencer su miedo al rechazo. Después de todo, la gente del colegio era simpática y ella no les había hecho nada, le aceptaban. Era una estúpida y su madre había muerto por ello. No podía vivir con la culpa. Cogió la pistola y apretó el gatillo.
Y despertó en su habitación, con el poster de Wonder Woman y los cuadernos, en la cama, descalza, boca arriba. Y supo que todo había sido un sueño, una historia más, pero que esta sí había cobrado vida, sí se había materializado. Y supo que esta también tenía una moraleja y podía tener un final feliz. Cogió el móvil y, después de veinte minutos, consiguió una invitación de unas chicas de clase a salir esa tarde por el centro. Fue a la cocina, dio un beso a su madre y le dijo que se iba con unas amigas.
El aire de la calle era más puro, el sol brillaba más, los pájaros cantaban más alegremente. Se sentía bien, se sentía guapa, se sentía querida, se sentía una verdadera Mujer Maravilla.
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