Ese es el lema de la Unidad Militar de Emergencias (UME): ¡Para servir! Y es que esta unidad es a eso a lo que se dedica, a servir a todos los ciudadanos de un país en situaciones de emergencia, ya sea catástrofe o atentado, artificial o natural, nevadas, incendios, inundaciones... e incluso en un país que no es el suyo (por ejemplo, en Haití o en Filipinas). Y eso es lo que debería hacer un ejército: servir al pueblo.
Estas dos semanas he tenido la optativa de mi segundo año de Medicina (me cogí Sanidad Militar) y he podido disfrutar de una nueva visión del Ejército. No son unos brutos que se siguen por un deber irracional para con un trapo con colores, no son unos idiotas que se dan paseítos con un rifle, desfilando frente al Rey y al Presidente de Gobierno de turno, no. Muchos son personas que buscan ayudar de verdad: ya sea con aeroevacuaciones, con hospitales de campaña, con operaciones de logística para que las tropas vuelvan enteras y sin problemas, con apoyo psicológico, con ayuda para otros países...
Y es que estamos acostumbrados a que nos los vendan como peones de un marionetista que quiere hacer sus juegos de guerra, que quiere mandar rifles humanos a morir para que le consigan el recurso de esa población que quiere masacrar, que no piensa en vidas, sino en dinero... pero yo he conocido la otra cara, la cara humilde, la cara baja, la de la base: mujeres y hombres que dejan la cómoda vida occidental y se van a Afganistán porque allí hay soldados de su país y gente de ese país extraño que necesita su ayuda.
Y eso, señoras y señores, creo que es digno de admiración: que no se vaya a matar y robar, sino a ayudar; que no se tenga amor a un país por su bandera o su himno, que se lo tenga a la gente que está simbolizada por ese trapo de colores y por esa melodía. La filantropía siempre es preciosa.
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